
Su arrogancia no los dejaba
reconocer el error.
Sólo apaciguaban su dolor
aferrándose a anestesias temporales
que les brindaban un fugaz y falso alivio.
Un permanente exceso, que deterioró
sus cuerpo y envejeció sus espíritus.
El alma es un imán. Los pensamientos, su combustible.
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